»¡He aquí, bienaventurado es el hombre a quien Dios disciplina! No menosprecies la corrección del Todopoderoso.
Bienaventurado el hombre a quien tú, oh SEÑOR, disciplinas y lo instruyes sobre la base de tu ley
para darle tranquilidad en los días de la desgracia; en tanto que para los impíos se cava una fosa.
Antes que fuera humillado, yo erraba; pero ahora guardo tu palabra.
Bueno me es haber sido afligido para que aprenda tus leyes.
No deseches, hijo mío, la disciplina del SEÑOR ni te resientas por su reprensión;
porque el SEÑOR disciplina al que ama, como el padre al hijo a quien quiere.
Pero siendo juzgados, somos disciplinados por el Señor, para que no seamos condenados con el mundo.
¿Y ya han olvidado la exhortación que se les dirige como a hijos? Hijo mío, no tengas en poco la disciplina del Señor ni desmayes cuando seas reprendido por él.
Al momento, ninguna disciplina parece ser causa de gozo sino de tristeza; pero después da fruto apacible de justicia a los que por medio de ella han sido ejercitados.