»Cuán bienaventurado es el hombre a quien Dios reprende;
No desprecies, pues, la disciplina del Todopoderoso.
Bienaventurado el hombre a quien reprendes, Señor,
Y lo instruyes en Tu ley;
Para darle descanso en los días de aflicción,
Hasta que se cave una fosa para el impío.
Antes que fuera afligido, yo me descarrié,
Pero ahora guardo Tu palabra.
Bueno es para mí ser afligido,
Para que aprenda Tus estatutos.
Hijo mío, no rechaces la disciplina del Señor
Ni aborrezcas Su reprensión,
Porque el Señor ama a quien reprende,
Como un padre al hijo en quien se deleita.
Pero cuando somos juzgados, el Señor nos disciplina para que no seamos condenados con el mundo.
Además, han olvidado la exhortación que como a hijos se les dirige:
«Hijo Mío, no tengas en poco la disciplina del Señor,
Ni te desanimes al ser reprendido por Él.
Al presente ninguna disciplina parece ser causa de gozo, sino de tristeza. Sin embargo, a los que han sido ejercitados por medio de ella, después les da fruto apacible de justicia.